Hay que seguir compañero, p´adelante están las casas

 

Se marchó de golpe, en la pelea por sus convicciones, en el trabajo  sin descanso y cuando la República más necesitaba hombres de su entrega.

Se murió el corazón de Jorge, pero la ingrata muerte no pudo arrebatar su alma de incansable batallador, de formidable peleador, de jinete indomable y de patriota sin derrotas.

Se lo llevó su lucha y su lucha debe ser su legado.

Hoy los Blancos Coronilla estamos de luto, llorando la pérdida de un Servidor -como se llamaba a los voluntarios que marchaban al combate junto a sus caudillos- porque sabemos que la vida es una batalla de todos los días.

Nunca más cierto que aquello que reza la “Marcha de Tres Árboles” -vuelto ya en himno de todos los blancos- de que “vivir es combatir”.

Jorge Larrañaga se cayó y se levantó cuantas veces pudo, todas las veces que quiso, y en todos los instantes necesarios.

Fue un hombre que nunca renunció a presentar la batalla más brava, con esa fiereza empecinada que le era tan característica, con esa entrega completa a la que era tan fiel, con esa guapeza que le dio impronta y apelativo.

El “Guapo” se nos adelantó, sin dejar un trazo de energía por ofrendar ni permitir agachadas a sus adversarios, ganase o perdiese.

Fue domado por la vida y curtido por las batallas, como viejo guerrero, pero nunca arrió principios ni guardó el facón de las ideas cuando de luchas bravas se tratara.

Discípulo de Wilson, quiso a su glorioso Partido Nacional mucho más que a sí mismo, y supo ser eslabón de unidad cuando muchos no lo esperaban, en el preciso instante en que se lo necesitó.

Y cumplió con la Patria, como decía su mentor y guía.

Cuando algunos dudaron de la conveniencia política de bregar por un plebiscito que exigiera más seguridad, tal como pedía el pueblo sencillo, fue un vigoroso caudillo y arrancó pa´la cuchilla -como se dice en los pagos chicos- lanzándose en formidable carga que, sin fanfarroneadas inútiles, esa sí que hizo temblar las raíces de los árboles.

Jorge era pura emoción.

Se podía coincidir o discrepar con él, pero nunca dejar de respetar lo que dijese.

Ganó su apelativo con todo mérito y logró un merecido lugar en la memoria popular.

Se marcha cuando la Patria está herida, y necesitada de combatientes de su talla.

Los que aquí quedamos, lo vamos a extrañar, pero su herencia no la vamos a olvidar, seamos del sector que seamos, porque es la de la entrega sin tregua, la voz portentosa por una causa, el batallar sin rencor y marchar sin renunciar.

Porque de marchar se trataba su vida, que no por nada hizo célebre ese dicho paisano que se dice cuando no se sabe de derrotas: 

“Hay que seguir, compañero, que p´adelante están las casas”.

Esa es su consigna.