Lucha, cuchilla y lanza

El gobierno cumplió su primer año de funciones y para los Blancos Coronilla es hora de reflexionar, evaluar y celebrar.

En primer lugar vaya una reflexión para la increíble peripecia de haber cumplido un año de conducción del país, sobrellevando con entereza, dignidad e inteligencia las dificultades de este desastre sanitario gigante que afecta al mundo entero.

El gobierno que ahora cumple su primer año no ha tenido un solo día de descanso en sus obligaciones y no le ha regalado nada una oposición embrutecida, estancada, ciega y cerril, que exhumó el viejo discurso prepotente del setentismo revolucionario y terrorista, para responder a los desafíos del siglo XXI.

Se condujo al país en medio de la tormenta y se llamó a todos a colaborar en el esfuerzo, sumándose en esa convocatoria a mujeres y hombres de distintas condiciones, ocupaciones y profesiones.

Y una parte importante del país -que fueron muchos más de los que votaron al actual gobierno- se unió para dar el combate por el bien común.

A ese llamado no solo respondieron los ciudadanos blancos, o de los partidos integrantes de la Coalición Republicana, lo que sería de esperar, sino que acudió gente de otras tiendas políticas y nunca se preguntó de donde venían, pero sí en cambio preservaron el punto hacia donde se iba.

En segundo lugar tenemos que evaluar lo hecho, y realizar un balance franco de lo prometido y lo no cumplido.

Mucho de lo hecho en este largo año, obligó a postergar los  compromisos electorales debido a que en medio de esta formidable tormenta, el país y su conducción debió repensar como sería la nueva hoja de ruta, sin perder por ello el sentido de la meta final.

Se tendieron puentes con otras colectividades aliadas, y no siempre hubo resultados felices o el camino fue exitoso, pero hicimos todo lo necesario para cicatrizar las heridas abiertas en nombre del proyecto común.

En tercer término, celebramos que el país dejara de naturalizar la vulgarización cultural, la solidaridad hipócrita y el latrocinio de hampones, de gobernantes confabulados en robar para sí, y recuperar de una buena vez el sentido republicano que nos singulariza como nación entre naciones.

Volvimos al país donde los presidentes no precisan escoltas dignas de jefes mafiosos, donde la información pública volvió a ser pública y donde “naide es más que naides” una vez más.

Claro que heredamos el bochornoso país de privilegios, prebendas y persecuciones construido por 15 años de FA, y algunos delincuentes de vieja data todavía andan sueltos amparados por la larga mano de esa lealtad mafiosa.

Ya averiguaremos por cual extraño motivo, cuando Sendic dice que si él hablara “irían todos presos”, refiriéndose al gobierno del FA, enseguida salen los pedisecuos frenteamplistas a “vender” inocencia a fuerza de silencio.

Pero no todo debe ser festejo, porque algunas promesas siguen siendo promesas aún.

Y si bien nos alegra este hito del presidente Luis Lacalle y del pueblo oriental, no podemos olvidar el motivo por el cual pusimos a nuestros gobernantes en el poder.

“Ser blanco es una forma de ser”, dice el Manifiesto Coronilla, nuestro norte y guía de inspiración doctrinaria.

Y contra eso no pueden haber traición o renuncia.

La historia de los blancos está llena de ejemplos que sostienen esa idea sobre la identidad y las bibliotecas están  repletas de ejemplos que lo verifican.

Eso explicaría anécdotas como las contadas por historiadores y poetas, de que cuando a Aparicio le dijeron que “no hay plata para la guerra”, el caudillo “les tira los títulos de sus tierras”.

Otras guerras y otros nones, y siempre habrán títulos sobre la mesa, porque las ideas que inspiran nuestra forma de ser, no son negociables.

Quedan aún 48 meses de lucha, cuchilla y lanza.

Eso hacemos los “servidores”.